Año 5 Número 55 Ocubre 2007
 
   

A oídos necios...

En las últimas semanas he leído docenas, por no decir cientos, por no decir miles de críticas furibundas e inquisitorias sobre la campaña que realiza Vicente Fox para promover su libro de memorias, Revolution of Hope.
En la contraria, no he leído una sola reseña o resumen de lo que dice el libro.
También escuché fragmentos de las entrevistas que Fox sostuvo con un par de famosos talk-shows, sobre todo Larry King y Bill O’Reilly, y no encontré en sus palabras nada distinto de lo que piensan la mayoría de los mexicanos ilustrados.
El ex presidente criticó con enjundia la construcción del muro fronterizo, defendió la postura de México en la guerra con Irak y arremetió contra sus enemigos ideológicos, Hugo Chávez, Fidel Castro, López Obrador, a quienes llamó populistas y mentirosos.
Tal vez esos epítetos lastimen en algo los afanes de la cancillería de Calderón, ansiosa por tender puentes con los tiranosaurios del continente, pero de ahí en más me parece ridícula, chabacana, cerril, retrógrada y demagógica toda esta alharaca que se ha montado por las machincuepas de Fox, una larga lista de tonterías que incluye los debates en el Congreso, el nombramiento de una comisión investigadora, el cállate chachalaca del secretario de Gobernación, el grosero decomiso de la Hummer prestada y el derribo de su estatua en Boca del Río.
(Entre paréntesis, qué patético, qué falto de imaginación, qué escaso de recursos luce el gobierno de Calderón permitiendo y/o promoviendo este linchamiento colectivo).
Pero lo más afrentoso son los reclamos de silencio, la exigencia de mutismo de parte de los opinadores profesionales, tan celosos de reclamar libertad y hasta libertinaje para sí mismos, tan censores cuando no les gusta lo que escuchan.
Porque vamos a ver: si yo, si usted, si cualquier ciudadano común tiene derecho a estorbar la política exterior de Calderón, a protestar en plaza pública, a escribir artículos, a pronunciar discursos, a ponerse en huelga de hambre y a oponerse de frente, por qué no habría de estar un ex presidente en posibilidad de manifestar su desacuerdo.
Es más, Fox tendría hasta la calidad moral, puesto que su actitud es congruente con sus haceres de mandamás. Nos guste o no, su libro es un recurso válido para seguir defendiendo sus ideas, y una forma elegante de decirle a Calderón que la está regando, que por ahí no va la cosa, perdóname, chato, pero con estos cuates no vas a ningún lado.
(Y la verdad, se vio harto moderado: en el ancho mundo de la democracia, las críticas de los ex son asunto rutinario, y a veces ácido y corrosivo).
La democracia no es gratuita: tiene sus costos y hay que pagarlos.
Uno de ellos es escuchar a quien no nos gusta, diciendo lo que no nos gusta, en el momento que menos nos gusta, y mostrar respeto y tolerancia por esa opinión.
Criticar tal opinión, sí.
Combatirla, también.
Lo que no se vale es cuestionar el derecho del otro a expresarse.
Como Fox tiene la boca grande y floja, va a estar difícil encontrar una mordaza de su talla (y más difícil va a estar que alguien se la ponga).
Pero antes de volver a callarlo, habría que meditar si valió la pena entrarle a todo este proceso de cambio, y luego, cuando algo cambia, exigir a gritos que todo siga igual.

 

 
Sotano

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