Medalla de oro

por Latitud21 Redacción

El pasado mes de agosto finalmente llegó y, con ello, los Juegos Olímpicos de verano 2016 en la majestuosa ciudad de Río de Janeiro.

En medio de escándalos políticos y complicaciones sociales y económicas, Brasil sacó la cara por Latinoamérica, cuando por primera vez una ciudad de Sudamérica fuera sede de la competencia deportiva más importante del mundo, como son los Juegos Olímpicos.

Con una inversión estimada en más de 15 mil millones de dólares norteamericanos, estas justas olímpicas se encuentran aún lejos de los 19 mil millones que costaran las olimpiadas de 2012 en Londres y mucho más lejos de los 40 mil millones que costaron las de Beijing en 2008. Pero aún así los rusos le ganan la medalla de oro a los chinos con las olimpiadas de invierno que organizaron en Sochi en 2014 y que reportan haber costado 51 mil millones de dólares.

Parece que lo que naciera como una propuesta del barón Pierre de Coubertine de hermanar al mundo bajo el paraguas del deporte se consigue en plenitud cada cuatro años, excepto por lo que es el espíritu original de hacerlo sin ánimo de lucro.

Los Juegos Olímpicos de Río han sido una de las causas que tienen a Brasil hoy en día sometida a una recesión económica que les llevará varios años superar. Posiblemente no tantos como a Grecia, que en 2004 organizara los Juegos Olímpicos a un costo de 18 mil millones de dólares y que, 12 años después, sigue aún pagando la factura de tan irresponsable decisión.

En 2020 toma el relevo Tokio, que sorprende al ofrecer unas competencia olímpicas por apenas un poco más de la mitad de lo que costó Río, lo que nos hace creer que sí se puede organizar un evento como este, con responsabilidad y honestidad, sin tener que ser necesariamente una de las más grandes potencias económicas del mundo.

Finalmente, lo que se busca con este tipo de eventos es destacar la fortaleza del espíritu humano, la importancia de la disciplina en el individuo y la del trabajo en equipo en aquellos deportes que así lo requieren. Sigamos el ejemplo del espíritu olímpico en el plano empresarial, construyendo empresas que compitan sanamente y que, al final, sepan reconocer con dignidad su derrota y asimilar con humildad su victoria, contribuyendo al éxito de su sociedad.

Medalla de oro para todos los emprendedores mexicanos, porque cada día compiten en una carrera de obstáculos inimaginable, pero que, como Filípides, no se detienen en su carrera maratónica hasta llegar a la meta y poder anunciar la victoria. Aunque algunos, como Filípides, en ello dejen la vida. Finalmente, en algo teníamos que ganar una medalla de oro.