Bienaventurados los que no vieron y creyeron…

por Redacción

Le dice Jesús a Tomás, cuando los discípulos le cuentan al incrédulo Tomás que al Señor habían visto apenas  días después de su crucifixión, y éste les contestara: si ni viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.

Y es que hace apenas unos días muchos oíamos, pero lo que escuchábamos no creíamos. La otrora poderosa lideresa del más otrora poderoso sindicato de maestros, símbolo de la impunidad en esta noble y heroica  nación, había sido detenida por la PGR. Por la razón que sea, pero había sido arrestada en cumplimiento de una orden de aprehensión de un juez mexicano. No es que nos sorprendiera saber de sus delitos, pero sí de su arresto. Si no la veo detrás de las rejas, y le dan el auto de formal prisión, no creeré. Y lo que nuestros ojos vieron no creímos. La profesora, detrás de los barrotes y sin un vestido Channel ni una bolsa Carolina Herrera. Más bien con el mismo traje que visten todas las presidiarias del reclusorio en Santa Marta Acatitla. Y sin bolsa alguna, ni siquiera de las que dan en Chedraui.

Claro que se puede. Cuando se quiere. Y a pocos días de haber tenido la oportunidad de saludar a nuestro Presidente en el XI Foro Nacional de Turismo aquí en Cancún, a ese mismo Presidente que hoy engalana la portada de esta revista le diría, Gracias: señor Presidente, por devolvernos la confianza en nuestras leyes y en nuestras instituciones, y en poder creer de nuevo que nadie por encima de la Ley y que ningún mexicano puede ser más poderoso que el Estado Mexicano. Gracias por permitirme creer de nuevo en estos principios que inspiraron mi decisión, hace ya casi 30 años, de enrolarme en la Escuela de Derecho. Gracia por demostrar que sí está dispuesto a cumplir ese juramento hecho en los primeros minutos del pasado 1 de diciembre y que sí habrá de cumplir las leyes y por supuesto hacer lo que esté a su alcance para que éstas se cumplan.

Tomás, mete tu dedo aquí y ve mis manos, y alarga acá tu mano, y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Porque me has visto, Tomás, creíste. Bienaventurados los que no vieron y creyeron.

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Eduardo Albor
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